La Rutina Mata.
La alarma suena a la
misma hora de siempre. Son las seis de la mañana, ni un minuto más ni un minuto
menos, coloca su mano sobre el botón y apaga la chirriante alarma. Toma las
sabanas y las hace a un lado, la piel se le pone de gallina al entrar en
contacto con el aire helado que inunda la habitación. Finalmente se decide a
abrir los ojos, bosteza con somnolencia y se estira en un intento de
desperezarse.
La pequeña hendidura
del techo sigue goteando, la cafetera está encendida, la ropa colgada sobre el
gancho, los zapatos debajo de la cama y el cuarto sigue siendo gris. Todo está
en orden, siempre lo está, es su monótona rutina diaria, más difícil de romper
que una maldición.
Se mete a la ducha y
se restriega bajo el agua caliente, cada gota que cae quema pero es un ardor
placentero, un ardor que poco a poco calienta el cuerpo.
Comienza a colocarse
la ropa. Mete los pies dentro de los zapatos. Camina hacia la cafetera y se
sirve el café, siempre negro y bien cargado para no caer bajo los brazos de
Morfeo durante las labores del trabajo.
Se sienta en la mesa,
come con lentitud su pan con mermelada mientras revisa la agenda, pendientes y
compromisos por hacer, un día entero por delante.
Se dirige al baño.
Toma el cepillo, coloca la pasta sobre sus cerdas y comienza a restregar sus
dientes. Arriba, abajo, derecha, izquierda… una, dos, tres.
Enjuaga su boca y
lava su cara. Toma la toalla y seca la piel húmeda, deja la toalla mojada aun
lado del lavamanos y se admira en el espejo, esta vez es diferente… no es la
misma mirada de siempre, ahora no ve solo si el cabello esta correctamente
acomodado o si no ha quedado alguna mancha en la ropa, esta vez ve algo más.
Las bolsas bajo sus
ojos, las arrugas en la piel demacrada, la piel pálida y grisácea, la poca luz en la mirada, como si la vida no
fuera vida, como si su vida consistiera en una triste y miserable vida.
Toma aire y le da la
espalda al espejo, solo quiere alejarse de su reflejo. No puede ser esa persona
detrás del espejo, esa persona parece
más grande de lo que es, esa persona parece que los años le pasan encima y que
la vida es eso que pasa mientras está detrás de un escritorio.
Toma los materiales
de trabajo, la cartera, las llaves… todo lo indispensable para un día más. Por
dentro quisiera poder dejar la rutina, quisiera simplemente salir, conocer,
viajar, reír, brincar, despreocuparse… pero sabe que eso es solo un sueño, una
bella ilusión con la que solo puede soñar por las noches y anhelar por las
tardes, es lo más cerca que estará de aquella bella irrealidad.
Con fuerza toma el
picaporte y lo gira. Un pie y luego el otro, cierra la puerta con lentitud,
deja salir al aire en un suspiro y camina, directo hacia la monotonía, directo
hacia la armoniosa sincronía que la sociedad ha creado.
Atardeceres a la
orilla del mar, noches estrelladas a la luz de la luna, pesca en el lago
mientras el sol te deslumbra y ciega, crepúsculos acompañados de una cálida
brisa otoñal con hojas danzando al son del viento, la sonrisa en tu cara y el
latido de tu corazón en los oídos, diciéndote que estas más vivo que nunca,
listo para vivir la vida y no sentarte a verla pasar.
Linda fantasía, tan
cercas pero tan inalcanzable, vida sabor a limón que se ha creado el hombre. Rutina
rutinaria que mata con lentitud y lastima como espinas en el corazón, como daga
al alma. La rutina, definitivamente, es una forma más de matar el alma. Al
parecer al hombre se le da bien eso de encontrar formas de matar al espíritu y
a uno de seguirlas.
Autora: Ana Laura Jasso González. (Lau Jasso)
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